El proyecto Weissenhof se desarrolló en Alemania durante la década previa a la
prohibición de la arquitectura moderna por el nazismo, y constituyó la base de
la trayectoria arquitectónica de Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969), así como
su logro profesional más importante.
Para llevarlo a
cabo, el Mies reunió a un grupo de diecisiete arquitectos de procedencias
distintas, a los que dirigió a lo largo del proceso de construcción de la
Weissenhof. Los edificios de esta urbanización se colocaron en una colina de
Stuttgart, convirtiéndose así en los pioneros de la edificación moderna, que
defendía y promovía (con el apoyo del Deutscher Werkbund), la tecnología de la
máquina como clave para el renacer de las artes en la sociedad. Más tarde, esta
asociación pasaría a estar dirigida por los líderes del Ring, Häring,
Rading y Hilberseimer.
¿Cómo surgió el
proyecto Weissenhof?
Surgió como
respuesta a una exposición que se pretendía hacer en la colina Stturtgart.
Debían participar en su creación los mejores arquitectos, quienes, además, debían cumplir una serie de
condiciones a la hora de realizar el proyecto. Entre estos requisitos se
encontraban la prefabricación de las piezas que compondrían las casas (véase
aquí el apoyo a la tecnología del que hablábamos). Mies prefería arquitectos
cercanos a él y a su forma de pensar antes que arquitectos del propio Stuttgart.
El resultado
fue una urbanización compuesta por una gama variada de residencias que, a su
vez, compartían el cumplimiento de las necesidades vitales. No tenía la
disposición habitual de las urbanizaciones alemanas, donde las viviendas se
disponían en hileras paralelas a las calles, sino que era un conjunto alargado
con casas de forma cúbica, interconectadas y repartidas por las terrazas de la
colina.
El único
requisito que Mies impuso en su dirección fue el de que todos los arquitectos utilizasen
cubiertas planas y superficies exteriores blancas, ya que estos recursos se
identificaban con la precisión pero también con la forma clásica.
Sin embargo, su
creación no fue bien acogida por los artistas más conservadores, como era de
esperar, y acusaron a Mies de las mismas faltas por las que él había condenado
a otros. Entre las críticas recibidas cabe destacar la de Bonatz, que denunció
la simplicidad del proyecto, así como su disposición incómoda de recorrer sobre
la pendiente, comparándolo con un barrio de Jerusalén.
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